Ya era una idea pésima desde el punto de vista sanitario, pero además suponía un error de cálculo garrafal desde el punto de vista de imagen de los líderes nacionalistas y su percepción por los votantes, ya que han dejado claras las prioridades de un poder que antepone los cálculos electorales a la salud de sus ciudadanos, casi un año después del polémico macrocontagio de Perpiñán (revelado en el informe de CatCovidTransparencia).
Tan enorme ha sido esta vez el error de cálculo del Govern que posiblemente ni siquiera la rectificación sea capaz ya de evitar el daño que ha infligido a su propia imagen.
Y es que tras fijar la fecha electoral el 14 de febrero en plena pandemia, la Generalitat reaccionó al cambio de candidato del PSC al que algunos llaman "El efecto Illa" con un presuroso decreto de aplazamiento que dejaba abierta la posiblidad de retrasar la fecha aún más, redactado de una forma tan pueril que dos denuncias (de un ex-mosso de Escuadra y del partido constitucionalista Izquierda en Positivo) lo tumbaron de facilmente. Inmediatamente siguió una campaña victimista por las denuncias de las que culparon (como no) al gobierno de España al que acusaron de no priorizar la salud de los catalanes.
Pero acto seguido la Generalitat decide dispensar del confinamiento a quien acuda a los mítines electorales (pues al parecer, usar diez minutos en ejercer el derecho a voto es un riesgo inasumible, pero concentrarse un par de horas para corear y aplaudir a un político sí es tolerable). Con esta decisión el Govern no solo se pega un tiro en el pie en su estrategia victimista, sino que tira a la basura la pretendida superioridad moral de la misma.
La cancelación de esta medida (tan apresurada como su proposición) llega a renglón seguido de las esperadas protestas (porque eran de esperar) no solo de los líderes políticos rivales, sino de figuras del arte y la cultura que están hartos de se envíen sus espectáculos a la ruina mientras los políticos pretenden darse baños de multitudes sabiendo que la "relajación navideña" provocó la actual tercera hola. Como un actor teatral catalán difundió en un acertado vídeo, "se nos han meado encima de forma oficial".
A este varapalo no ha ayudado la decisión (muy celebrada por más que sea o no oportunista) del partido Ciudadanos de no querer hacer mítines para no agravar la pandemia. Seguramente alguien en el Govern nacionalista se debe haber quedado descompuesto ante esa "jugada maestra", pues los políticos, al parecer, ya solo razonan a ese nivel de estrategia, dejando la pandemia como segunda prioridad. O tercera.
Desde un punto de vista puramente estadístico y científico sí que puede ser interesante saber si la celebración o no de mítines puede tener algún tipo de impacto en el electorado. Ojalá los suspendieran todos los partidos, ya que al fin y al cabo se trata de un enorme dispendio dirigido a convencer a los ya convencidos, y en una era en la que se prima el teletrabajo y la telepresencia, reclamar la presencia física de políticos y electores parece algo totalmente prescindible.
Y sin dejar la curiosidad científica también me pregunto como afectará al Govern nacionalista el no poder contar con sus caravanas de asistentes de la Cataluña interior a los mítines de la "Cataluña Tabarnesa". Porque lo cierto es que el nacionalismo está acostumbrado a tener el control. El control de las fechas, de los medios, de su imagen pública y, lo que es más importante para un movimiento de raíces tan populistas, el de la escenificación en las calles. Una de sus mayores bazas es la movilización callejera (bellamente sobredimensionada por los "camarógrafos" de TV3), una máquina bien engrasada que nunca les falla, con sus cientos de autobuses costeados por "les entitats". Pero en este caso deberán limitarse a mítines con gente únicamente del municipio en el que se produzcan ¡y con distancia de seguridad!
Eso no parece que les vaya a lucir mucho.