La situación en Cataluña está llegando a unos extremos insostenibles del absurdo. Es incomprensible que a estas alturas del conflicto en Cataluña un activista sea entrevistado por televisión siendo calificado de antifascista y, hablando de los críticos con el independentismo, llame a "Identificarlos", "tenerlos controlados", "buscar donde trabajan", "señalarlos", "presionarlos en su trabajo", "hacerles la vida más incómoda y más difícil" para que "no puedan estar tranquilos", porque "sus ideas son peligrosas" y "no se les puede permitir expresarlas libremente" mientras un presentador y varios tertulianos asienten respetuosos como si estuviesen escuchando la lista de los derechos humanos leída por el mismísimo Nelson Mandela.
Porque eso es lo que sucedió en TV3 la pasada semana en el programa Planta baixa. El entrevistado era Pol Andiñach, periodista, autor del libro Todos pueden ser antifascistas, aunque para el caso el libro podía haberse titulado Todos pueden ser fascistas, ya que las técnicas que describió fueron de sobras utilizadas hace 80 años en Alemania contra la población judía. El entrevistador, Maiol Roger, añadía solícito que "escondidos tras ese presunto constitucionalismo se esconden fascistas", y prevenía a los espectadores de que las tácticas que se iban a anunciar eran ilegales, aunque ni él ni ninguno de los tertulianos las criticó. Hay que tener en cuenta que tanto en TV3 como en el independentismo catalán en general, que una cosa sea ilegal no significa necesariamente que no se deba hacer, sino que hay que andar con cuidado, ya que en el independentismo catalán uno de los mantras habituales es que las leyes injustas (entiéndanse como aquellas que pueden ser un obstáculo para los fines independentistas) se deben desobedecer.
En el colmo del absurdo, mientras el tal Antiñach (¡cómo debe escocerle esa ñ en su apellido!) afirmaba que "no debe permitírseles que expresen libremente sus ideas", TV3 mostraba imágenes de los plásticos amarillos que las brigadas de limpieza habían retirado de la vía pública y habían depositado en la plaza Sant Jaume frente al balcón de la Generalitat, en el que un cartel defendía hipócritamente "Libertad de expresión y de opinión: Artículo 19 de la declaración universal de los derechos humanos". Un contrasentido que nadie en TV3 supo ver.
Fragmento de la entrevista (Fuente - Dolça Catalunya)
Pero el nazismo no es el único antecedente del fenómeno que nos ocupa. El titular de este artículo es bastante explícito: estoy hablando de la famosa Caza de brujas del Macarthismo. En 1950 y durante seis años, el senador americano Joseph McCarthy llevó a cabo una persecución implacable de agentes comunistas en territorio americano. Cualquiera podía ser acusado de ser comunista. El término estaba tan tergiversado (como hoy el de fascista) que ser comunista se equiparaba a ser "poco patriota". Desde los medios se invitaba a la gente a denunciar al vecino ante la menor muestra de tendencias comunistas, y discrepar del régimen gobernante ya era indicio suficiente para ser considerado un "mal ciudadano". La presunción de inocencia desaparecía y el acusado era el que tenía la responsabilidad de demostrar el mayor grado de patriotismo posible para no ser tachado de comunista. Si no lograba despejar sus dudas, la única posibilidad de lavar su imagen era delatar a presuntos colaboradores comunistas. En la mayoría de los casos los acusados no eran realmente comunistas, y bastaba con caerle mal a un poderoso para recibir una acusación que provocaba en la población reacciones furibundas exacerbadas por la propaganda en los medios.
Cambien el "comunista" del régimen Macarthista por el "fascista" del régimen Independentista Catalán. El fenómeno es el mismo. La psicosis es muy elevada, pero donde alcanza su grado máximo es en los pueblos pequeños, en los que la visibilidad del nacionalismo es hegemónica y la discrepancia guarda silencio por miedo. Para los independentistas defender una estelada en una rotonda es clave, pues el discrepante ha de pensar que todo el pueblo le es hostil. "No tenim por!" (¡No tenemos miedo!) gritan los nacionalistas por las calles. Tienen razón. Son los discrepantes los que lo tienen, asustados ante la idea de que un día ante su puerta, los Comandos De Represión, los camisas pardas de nuestros días, les tomen manía.
El sinsentido de que nadie, aparentemente, vea la hipocresía que les acabo de describir no se entendería sin la maquinaria propagandística de TV3, que día tras día emite incansable su libro de estilo para que lo negro parezca blanco y lo blanco negro.
¿Se llegará algún día al punto de ruptura de la credibilidad? ¿Llegará un momento en que el espectador independentista de TV3 empiece a sentirse incómodo porque algo no le cuadra? Es evidente que hasta ahora no necesitan ejercitar la materia gris, ya que TV3 se lo da todo ya pensado, pero ¿Se levantará algún día un espectador de su sillón y buscará (aunque solo sea por curiosidad) la palabra fascismo en un diccionario (aunque sea la misma wikipedia)? ¿Se sorprenderá tal vez cuando lea la lista de características de tal ideología, el acoso a discrepantes, la propaganda en los medios, el adoctrinamiento en las escuelas, la cultura dirigida, los derechos de "la tierra" antepuestos a los de los ciudadanos..? ¿Sentirá tambalearse su mundo y sufrirá una epifanía? Seguramente no. Seguramente volverá a sentarse en su sillón, consumirá otro par de horas de TV3 y Cataluña Radio y se dejará arrullar por los medios del régimen que le dirán que todo está bien, que su bando es el correcto, que la victoria está al alcance de la mano (como le van diciendo desde 2012) y que con el advenimiento de la nación podrá dejar de sentirse inquieto porque llegará al fin la felicidad y la calma.
Aunque los discrepantes no tengan lugar en ese futuro. Porque para eso está la caza de brujas.